/ domingo 14 de febrero de 2021

Extraterrestres no llegarán como monstruos ni en naves, afirma Avi Loeb en libro

Avi Loeb, explica en un libro la aparición de un extraño objeto interestelar que pasó cerca de la Tierra en octubre de 2017

No van a llegar en forma de monstruos con baba tóxica ni en naves espaciales. Probablemente tampoco tengan interés en conquistarnos: quizás seamos demasiado primitivos para ellos. Lo único seguro es que, tarde o temprano, el ser humano se dará cuenta de lo que ha sido obvio desde el origen de los tiempos: no estamos solos en el universo.

Lo anterior pareciera el argumento sesudo de una película más de ciencia ficción o la tesis de uno de los tantos documentales que negocian con el morbo, pero en realidad va mucho más allá. Es, de hecho, la explicación científica más certera que se tiene sobre la aparición de un extraño objeto interestelar que pasó cerca de la Tierra en octubre de 2017.

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Y es hasta ahora que Avi Loeb, director del Departamento de Astronomía de la Universidad de Harvard y uno de los astrofísicos más reconocidos del mundo, se anima a platicar sus conclusiones sobre por qué ese objeto en forma de cigarro gigante pudo haber sido la primera evidencia de vida inteligente fuera de la Tierra.

Lo primero que pide este científico israelí para comprender su teoría es humildad: “¿De verdad somos tan ególatras como para creer que somos únicos y especiales en el Universo?”. Una vez reflexionada y respondida esa pregunta, dice, es momento de entrar en materia, porque existen amplias probabilidades de que la vida alienígena exista.

Sobre estos y muchos otros temas no exentos de polémica habla Avi Loeb en su nuevo libro Extraterrestre: la humanidad ante el primer signo de vida inteligente más allá de la Tierra (Planeta, 2021), un trabajo riguroso, pero explicado con lenguaje sencillo para que todos puedan comprender un tema que, pese a su popularidad en películas, libros y series, sigue generando incomodidad en buena parte de la comunidad científica.

OUMUAMUA: EL "COMETA" MISTERIOSO

La egolatría es quizás el mayor obstáculo que ha encontrado la ciencia en su historia. Galileo Galilei fue encarcelado por haber dicho que la Tierra giraba alrededor del Sol, algo inconcebible para una civilización que no podía refutar las leyes divinas del hombre.

“Pensar que somos únicos, especiales y privilegiados es arrogante. La vida inteligente fuera de la Tierra existe y sólo es cuestión de tiempo para encontrarla”, dice quien también es miembro del Consejo de Asesores del Presidente en Ciencia y Tecnología en Washington.

“Lo que vimos en 2017 no fue un cometa o un asteroide, sino la tecnología de otra civilización inteligente. Si no podemos explicar el origen natural de ese objeto, ¿por qué no podemos pensar en que tuvo un origen artificial?”, agrega Loeb, quien también fue asesor del fallecido astrofísico Stephen Hawking.

Lo que todavía no se sabe, admite, es si ese objeto es la muestra de una tecnología de una civilización pasada, presente o incluso futura, porque cabe la posibilidad que otras culturas ya hayan aprendido a viajar por el tiempo.

En el libro se detalla, punto por punto, por qué aquel objeto que la comunidad científica bautizó como Oumuamua —vocablo de una lengua hawaiana que significa “el primer visitante de un lugar lejano”— podría ser el equivalente a lo que popularmente conocemos como una nave extraterrestre.

Todo indica que Oumuamua no es un cometa ni un asteroide. En primera, por su inusual forma de puro o cigarro y por su tamaño equiparable al de una cancha de futbol. No sólo eso: cuando los telescopios de Hawái lo detectaron, no registraron que detrás de sí dejara el polvo característico que dejan los objetos interestelares. Todos los cometas o asteroides viajan con una cola. Oumuamua no la tenía.

Sin embargo, lo que más sorprendió a Loeb fue su trayectoria, que en nada respetó las leyes de la física: “Cuando Oumuamua se aceleró en su camino alrededor del Sol, su trayectoria se desvió de la que cabría esperar por la mera gravedad de nuestra estrella”.

Y es que, cuando Oumuamua estuvo en su punto más cercano al Sol, simplemente se desvió sin explicación alguna. Pero lo más sorprendente es que se alejó con aceleración, como si tuviese algún propulsor artificial o como si funcionara con una tecnología desconocida.

Su propuesta no ha sido bien recibida por todos. Los que inmediatamente quisieron colgarse de su hipótesis fueron los líderes de opinión en asuntos de vida extraterrestre. Personas que, si bien se han hecho famosas por hablar sobre alienígenas, no se dedican a la ciencia ni la conocen remotamente. “A ellos no les pongo mucha atención”, dice Loev.

Sin embargo, hubo otra comunidad que rechazó categóricamente sus explicaciones. “Los grandes científicos que prefieren quedarse en su zona de confort, que no quieren discutir y tienen una necesidad imperante por cuidar su imagen y su reputación. No les gusta el riesgo. Y muchos, aunque practican la ciencia, no son expertos en el sistema solar y entonces desvalorizan el hallazgo de Oumuamua y aseguran que es un objeto más del espacio”.

Poco le importan a Abi Loev esas reacciones, que no demuestran más que el miedo a lo desconocido y el egocentrismo sobre el cual se ha asentado la raza humana durante miles de años, afirma. Por eso, él prefiere ser el científico de la duda, porque si algo ha aprendido es que no existe otro camino para llegar a la certeza que a través de la duda. Algo que aprendió de sus viejas lecturas filosóficas de Sartre y Camus: “Nuestra existencia es insignificante: es hora de entenderlo”.

No van a llegar en forma de monstruos con baba tóxica ni en naves espaciales. Probablemente tampoco tengan interés en conquistarnos: quizás seamos demasiado primitivos para ellos. Lo único seguro es que, tarde o temprano, el ser humano se dará cuenta de lo que ha sido obvio desde el origen de los tiempos: no estamos solos en el universo.

Lo anterior pareciera el argumento sesudo de una película más de ciencia ficción o la tesis de uno de los tantos documentales que negocian con el morbo, pero en realidad va mucho más allá. Es, de hecho, la explicación científica más certera que se tiene sobre la aparición de un extraño objeto interestelar que pasó cerca de la Tierra en octubre de 2017.

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Y es hasta ahora que Avi Loeb, director del Departamento de Astronomía de la Universidad de Harvard y uno de los astrofísicos más reconocidos del mundo, se anima a platicar sus conclusiones sobre por qué ese objeto en forma de cigarro gigante pudo haber sido la primera evidencia de vida inteligente fuera de la Tierra.

Lo primero que pide este científico israelí para comprender su teoría es humildad: “¿De verdad somos tan ególatras como para creer que somos únicos y especiales en el Universo?”. Una vez reflexionada y respondida esa pregunta, dice, es momento de entrar en materia, porque existen amplias probabilidades de que la vida alienígena exista.

Sobre estos y muchos otros temas no exentos de polémica habla Avi Loeb en su nuevo libro Extraterrestre: la humanidad ante el primer signo de vida inteligente más allá de la Tierra (Planeta, 2021), un trabajo riguroso, pero explicado con lenguaje sencillo para que todos puedan comprender un tema que, pese a su popularidad en películas, libros y series, sigue generando incomodidad en buena parte de la comunidad científica.

OUMUAMUA: EL "COMETA" MISTERIOSO

La egolatría es quizás el mayor obstáculo que ha encontrado la ciencia en su historia. Galileo Galilei fue encarcelado por haber dicho que la Tierra giraba alrededor del Sol, algo inconcebible para una civilización que no podía refutar las leyes divinas del hombre.

“Pensar que somos únicos, especiales y privilegiados es arrogante. La vida inteligente fuera de la Tierra existe y sólo es cuestión de tiempo para encontrarla”, dice quien también es miembro del Consejo de Asesores del Presidente en Ciencia y Tecnología en Washington.

“Lo que vimos en 2017 no fue un cometa o un asteroide, sino la tecnología de otra civilización inteligente. Si no podemos explicar el origen natural de ese objeto, ¿por qué no podemos pensar en que tuvo un origen artificial?”, agrega Loeb, quien también fue asesor del fallecido astrofísico Stephen Hawking.

Lo que todavía no se sabe, admite, es si ese objeto es la muestra de una tecnología de una civilización pasada, presente o incluso futura, porque cabe la posibilidad que otras culturas ya hayan aprendido a viajar por el tiempo.

En el libro se detalla, punto por punto, por qué aquel objeto que la comunidad científica bautizó como Oumuamua —vocablo de una lengua hawaiana que significa “el primer visitante de un lugar lejano”— podría ser el equivalente a lo que popularmente conocemos como una nave extraterrestre.

Todo indica que Oumuamua no es un cometa ni un asteroide. En primera, por su inusual forma de puro o cigarro y por su tamaño equiparable al de una cancha de futbol. No sólo eso: cuando los telescopios de Hawái lo detectaron, no registraron que detrás de sí dejara el polvo característico que dejan los objetos interestelares. Todos los cometas o asteroides viajan con una cola. Oumuamua no la tenía.

Sin embargo, lo que más sorprendió a Loeb fue su trayectoria, que en nada respetó las leyes de la física: “Cuando Oumuamua se aceleró en su camino alrededor del Sol, su trayectoria se desvió de la que cabría esperar por la mera gravedad de nuestra estrella”.

Y es que, cuando Oumuamua estuvo en su punto más cercano al Sol, simplemente se desvió sin explicación alguna. Pero lo más sorprendente es que se alejó con aceleración, como si tuviese algún propulsor artificial o como si funcionara con una tecnología desconocida.

Su propuesta no ha sido bien recibida por todos. Los que inmediatamente quisieron colgarse de su hipótesis fueron los líderes de opinión en asuntos de vida extraterrestre. Personas que, si bien se han hecho famosas por hablar sobre alienígenas, no se dedican a la ciencia ni la conocen remotamente. “A ellos no les pongo mucha atención”, dice Loev.

Sin embargo, hubo otra comunidad que rechazó categóricamente sus explicaciones. “Los grandes científicos que prefieren quedarse en su zona de confort, que no quieren discutir y tienen una necesidad imperante por cuidar su imagen y su reputación. No les gusta el riesgo. Y muchos, aunque practican la ciencia, no son expertos en el sistema solar y entonces desvalorizan el hallazgo de Oumuamua y aseguran que es un objeto más del espacio”.

Poco le importan a Abi Loev esas reacciones, que no demuestran más que el miedo a lo desconocido y el egocentrismo sobre el cual se ha asentado la raza humana durante miles de años, afirma. Por eso, él prefiere ser el científico de la duda, porque si algo ha aprendido es que no existe otro camino para llegar a la certeza que a través de la duda. Algo que aprendió de sus viejas lecturas filosóficas de Sartre y Camus: “Nuestra existencia es insignificante: es hora de entenderlo”.

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