El director británico Gareth Edwards (Godzilla) desdibuja los límites entre ciencia ficción y realidad con The Creator, una cinta sobre una inteligencia artificial (IA) descontrolada que pone en peligro a la humanidad.
"Quizás no estemos tan lejos de verlo con nuestros propios ojos", dice a la agencia EFE antes del estreno de esta película de 20th Century que llega a las salas de cine este fin de semana.
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El concepto inteligencia artificial ha aterrizado con fuerza en la sociedad planteando nuevos dilemas, como qué se puede hacer con ella, cómo afectará a los empleos convencionales, cómo salvaguardar ciertos códigos éticos y si será un enemigo o un aliado para los humanos.
The Creator se estrena en medio de esas incógnitas, con regiones como Europa tratando de descifrar cuál es la mejor legislación aplicable para contener sus efectos negativos y con el gremio de los actores de Hollywood terminando una huelga ante el perjuicio que la IA suponía para su oficio.
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"Empezamos a escribir la película hace cuatro o cinco años. Entonces se creía que la IA era algo relacionado con los coches voladores o con vivir en la Luna. Sin embargo, en el último año incluso hemos grabado escenas con gente manifestándose contra la propia IA", detalló.
La película basa su trama en una guerra futurista entre la raza humana y fuerzas de la IA con el agente especial Joshua, interpretado por John David Washington, como líder de una misión en Asia que busca poner fin a la contienda y dar con el creador de esta tecnología que quiere liquidar al mundo.
Una vez allí, descubre que el arma que deben destruir, por la amenaza que implica a la humanidad, adoptó la forma de un niño pequeño.
La historia también refleja las tensiones entre Occidente -liderado por Estados Unidos- con Asia o el este global, en un claro guiño a la disputa geopolítica que mantiene el país con China, aunque sin hacer referencia a esta última.
Más allá de ese recurso, que encamina la cinta de ciencia ficción a una suerte de inquietante profecía, el cineasta reveló que comenzó a pensar en la idea de la obra cuando apenas tenía 12 años, cuando viajó con sus padres de vacaciones a Hong Kong y Tailandia.
"Yo ya era un gran fan de la ciencia ficción y la recreaba mientras veía lo que para mí era un mundo exótico. Siempre quise ir allí y hacer una película, es indiscutible que es uno de los lugares más bonitos del mundo, donde se mezcla lo futurista con lo ancestral", dijo.
De ahí el gran contraste en la fotografía del filme, que combina en su argumento los últimos avances digitales y electrónicos, producto precisamente de una IA de una generación ulterior, con tonos de imagen propias de principios de la década de los años noventa, cuando el director empezó a imaginar la trama.
Valores como la lealtad, el amor o la protección paterna se manifiestan repetidamente en la cinta, para hacer de este un filme con el que el espectador puede conectar fácilmente.
“Es el corazón de cualquier historia, con esos elementos puedes hacer desde ciencia ficción a un western", explicó.
En esa pugna entre inteligencia artificial y raza humana, entre un Asia absorbida por la tecnología y Occidente, se muestran perspectivas y contrapuntos que mantienen un equilibrio cargado de "grises, y no de blancos y negros".
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"Es más interesante entender a las dos partes y ver dos trenes que van a chocar y no puedes pararlos porque ambos están en lo cierto", dijo el también director de Rogue One: A Star Wars Story.
Edwards culmina ahora un lustro de trabajo con alguna certeza más sobre la IA que cuando inició su proceso creativo:
"La naturaleza humana tiende a dar a los objetos esencia antropomorfa y con alma de persona. No tengo dudas de que cuando los robots con IA estén con nosotros, los trataremos como iguales", puntualizó.