Jonathan Hayashi
Twitter: @bosquehayashi
La escritora y comunicóloga regiomontana Sofía Segovia ha logrado heredar a sus lectores una serie de escenarios entrañables y únicos. Mediante una hermosa prosa y una buena economía del lenguaje en sus historias, describe a personajes extravagantes y sencillos al mismo tiempo. El ambiente y los escenarios presentados se antojan casi mágicos. Uno lee a Sofía y se transporta a los ranchos, a las costas y a los tiempos de antaño que su mente ha creado. No es la imaginación de la autora la única virtud que se lleva el crédito de tan maravilloso empleo literario, pues la investigación histórica es en medida un recurso periódico en su método narrativo.
Segovia estudió en la Universidad de Monterrey y coordina talleres de lectura en la Fábrica Literaria de Felipe Montes y es autora de los libros “El Murmullo de las Abejas”, “Huracán” y “Peregrinos”, del sello editorial Lumen de la casa Penguin Random House.
En una amena y divertida conversación entrevistamos a Sofía acerca del mundo de las letras, la imaginación y la creatividad. Aquí sus respuestas:
¿Qué es comunicar?
Tenemos que entender lo más simple de la comunicación; un emisor, un mensaje, un receptor. Para mí comunicar es poder ser humano. Hemos logrado llevar a otro nivel a la comunicación. En el comunicar está el contar historias. Es unir al emisor con el receptor.
Con tantos distractores digitales y sociales, ¿hemos perdido el sentido de la comunicación?
Es curioso que entre más medios de comunicación tenemos, al final se vuelvan un impedimento. No me refiero a los medios masivos, sino a los personales. Es como todo y se tienen que usar con cierta responsabilidad y ética, pero también con cierta sabiduría. Creo que cuando nos vemos cara a cara y hablamos tenemos este conocimiento ancestral de la comunicación. Y no solo la comunicación verbal, sino la corporal. Toda la información que nos llega muchas veces estos sistemas nuevos de comunicación que estamos aprendiendo se prestan a muchos problemas y atajos que desvirtúan la comunicación. No estoy en contra de usar los recursos que tenemos, pero también estoy a favor de estar conscientes que los iconos digitales como los emojis no sustituyan a las palabras. Hemos llegado muy lejos para desarrollar una palabra, escrita y hablada, como para ahora revertir a los emojis solamente. Sucede que hay conversaciones enteras que son de puros emojis; puras manitas y caritas. Eso puede convertirse en una maña de cierto modo y se puede llegar a perder la palabra.
¿Será que quien lee tiene el beneficio de saber compartir y trasladar de mejor manera aquello que quiere compartir y comunicar?
El lector es el receptor del mensaje. El emisor es el novelista, luego el mensaje es la novela. Creo que también ahí se necesita cierta experiencia. Se comienza por leer y quizá no se inicia siendo un lector sofisticado, pero con la experiencia el lector logrará descifrar correctamente los mensajes implícitos, los que están escondidos, los simbolismos que llevan una novela como mensaje. Festejo también que el lector como receptor también puede aportar su propia creatividad a la lectura y que llegue a su propia conclusión. Lo ideal es que un lector al recibir el mensaje de una obra haga sus propias imágenes en la mente. Que después llegue a la conclusión propia. No lo que se le dijo sino lo que él sintió y conectó con su vida real. Eso es lo que el lector aporta en este proceso de comunicación.
En tus novelas encontramos mucha apología, reflexión y metáfora con personajes entrañables y heroicos. También hay villanos extraordinarios. ¿Cómo te inspiras en crear estos antagonistas que paradójicamente son tan buenos?
Sucede algo bien curioso con los antagonistas. Ellos son protagonistas de su propia historia. Yo se los reconozco. Tienen su propia idea, su propio interés y su propio objetivo. Se logran muy bien esos personajes cuando se les reconoce ese derecho a existir. A mí me gusta crear estos personajes que tienen su razón de ser. Me gusta explorar eso y llegar al meollo de su existencia y experiencia humana. Sobre saber qué los hace ser como son.
Sobre el principal villano de “El Murmullo de las Abejas”, Anselmo Espiricueta, ¿te inspiraste en alguien para crear a semejante canalla?
No en una persona. Más bien en una idea que no tiene situación social ni género. Simplemente en las personas que a pesar de tener la oportunidad de ser felices por medio del trabajo se deciden por lo negativo. Creo que todos conocemos a alguien así. La felicidad se puede encontrar de mil maneras y esa persona siempre quiere seguir atado al pasado. Espiricueta no tenía solo su rencor y su dolor, sino que era algo ancestral. Eso para mí lo hace un personaje al que quiero mucho. No es gratuito que esté ahí. Lo necesitaba como un contraste, como un símbolo de una situación social. Él es la historia de los oprimidos.
Muchos de los nombres de tus personajes son muy exóticos; Simonopio, Anselmo Espiricueta, Aniceto Mora, Arno...
Los elijo por diferentes situaciones. Por ejemplo, Espiricueta surge de una historia personal en Monterrey en los años ochenta. Años de política salvaje, donde salían lideresas a defender territorio contra invasores. Yo participaba mucho. Había una mujer en particular en una colonia problemática. Se apellidaba Espiricueta. Cuando yo tengo las primeras escenas del libro donde rescatan a Simonopio decido bautizarlo con un nombre que todavía me da escalofríos. El caso de Simonopio es una anécdota de mi abuelo; curó a un niño al que apodaba Simonopio por un sinapismo. Además viene de Simón, que en hebreo quiere decir el que escucha. No lo sabía hasta que me lo dijo una lectora. Arno es un personaje de la vida real, un nombre alemán. Y Aniceto Mora es un nombre sencillo, le di un nombre que sonara. No utilizo diccionarios ni enciclopedias.
Tus novelas tienen una fusión entre realismo mágico y hechos verídicos. ¿Cómo logras balancear la prosa y la anécdota con estos dos recursos narrativos?
Llega un momento en el que eso no debe de importar. Cuando estás escribiendo un libro o cuando lo lees, eso ya no tiene relevancia. Solo debe de importar que la historia te lleve y que pase ese umbral de la incredulidad. Que todo sea tan real como todo lo demás. Creo que el autor hace un buen trabajo cuando logra eso. Cuando todo funciona. Cuando todo puede suceder al mismo tiempo.
¿Cuál fue el último libro con el que te sorprendiste?
Sigo saboreándolo. Se llama Middlesex, de Jeffrey Eugenides. A mí ese libro me gustó muchísimo. Lo leí en inglés, pero dicen que en español también está muy bueno.
En muchas partes de México aún existen faltas de oportunidades para la mujer. ¿Hay mejoras actuales en la reivindicación de la mujer para ámbito cultural, político y social?
A mí se me han abierto muchas puertas. Cuando en 2003 mandé mi primera novela, “Noche de Huracán”, a las grandes editoriales, fue difícil para mí por ser de Monterrey y no pertenecer a las esferas culturales que por ser mujer. Definitivamente cuando entré con “El Murmullo de las Abejas” se venció esa barrera geográfica y no tuve ningún impedimento. Mi editorial ha creído en mí y me apoya en los proyectos. Pero sí creo que todavía hay ciertas ideas sobre la literatura femenina. Antes de ser mujer soy ser humano. Hay camino por recorrer, pero ahora las mujeres hacen su parte en aportar la propagación de la cultura.