Los emojis no son una expresión cabal de un pensamiento claro: Sandro Cohen

Para el autor de Redacción sin dolor, el ser humano sin el hábito de la lectura es pasivo, recibe órdenes y no entiende

  · martes 11 de septiembre de 2018

Jonathan Hayashi


Twitter: @BosqueHayashi



Para el autor de Redacción sin dolor, el ser humano sin el hábito de la lectura es pasivo, recibe órdenes y no entiende


Es maravilloso contar con grandes maestros. Las enseñanzas aprendidas en nuestros espacios académicos y en la formación empírica, sean científicas o humanistas, nos acompañan en nuestro día a día en nuestras profesiones. No es un secreto que ocasionalmente muchas de esas cosas analizadas en las aulas desaparecen de nuestra memoria consciente y es necesario acudir a una guía que nos abra el panorama.

Sandro Cohen es un claro ejemplo de ello; es un gran maestro y es una excelente brújula al momento de plasmar nuestras ideas mediante la escritura. Nacido el 27 de septiembre de 1953 y naturalizado mexicano, Cohen, quien además es poeta, ensayista, editor, traductor y novelista, lleva más de 35 años en la enseñanza de Redacción y Metodología de la Lectura e Investigación Documental en la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco.

Es autor de los libros de poesía “De noble origen desdichado”, “A pesar del Imperio”, “Autobiografía del infiel”,” Corredor nocturno” y “Tan fácil de amar”; de las novelas “Lejos del paraíso” y “Los hermanos Pastor en la corte de Moctezuma”; de la compilación de cuentos “Por la carne también” y una guía llamada “El Zen del ciclista urbano” (Grupo Planeta), ideal para aquellos con el deseo de utilizar un transporte más rápido, económico y ecológico: la bicicleta

Es reconocido por su manual “Redacción sin dolor” (Grupo Planeta), que lleva más de 150 mil ejemplares vendidos.

México sigue luchando aún con el dilema de la analfabetización.


En tu opinión, con más de 35 años en la experiencia de la enseñanza de la redacción, de los usos y estilos, ¿hemos avanzado positivamente en la educación y la utilización de la correcta gramática?


No es una pregunta sencilla, y la respuesta no puede serlo tampoco. Sin embargo, en términos generales, la educación básica en las artes del lenguaje ha sufrido considerablemente a lo largo de las últimas décadas.


Todo el mundo sabe hablar, algunos mejor que otros, pero este no es el problema principal. Para los efectos del pensamiento, sobre todo el pensamiento crítico, es preciso aprender a redactar con claridad. Escribir bien requiere pensamiento claro. En pocas escuelas se enseña a pensar, a hacer las preguntas correctas, a organizar la información que recabamos de aquí, allá y acullá. Y menos se enseña a pensar críticamente: ¿Por qué tal fenómeno es así? ¿Por qué no de otra manera? ¿Y si tal cosa ocurriera, qué sucedería? ¿Y por qué no hacemos exactamente lo contrario de lo que suelen decirnos, sea en el gobierno, la universidad o la iglesia? ¿Cuál sería el resultado? ¿Por qué? ¿En qué se basan quienes dan esa respuesta? ¿Qué otras respuestas hay, por qué y en qué se basan quienes piensan así?


Para expresar todo esto, tras organizar los pensamientos bien estructurados, hace falta dominar los elementos de la sintaxis, entender cómo funcionan las palabras, desde los artículos hasta las interjecciones, y cómo se integran las frases dentro de las oraciones, y estas dentro de los enunciados. Y, luego, hay que saber cómo estructurar nuestros párrafos.


Si no estamos capacitados para pensar con claridad y precisión, ¿cómo se espera que escribamos de manera eficiente y comprensible?


Vemos muchos fenómenos que actualmente siguen siendo tema de discusión; la pereza al hablar, al escribir y leer, la utilización de nuevos íconos virtuales (emojis), el sistema de lenguaje incluyente. ¿Está mutando la forma de comunicarnos?


No nos confundamos. Los emojis son una especie de taquigrafía que la gente interpreta a su modo. No es una expresión cabal de un pensamiento claro. La gente no es perezosa al hablar. Habla mucho. Podría decirse, incluso, que habla demasiado, hasta por los codos. Pero no suele escribir bien, mas no por flojera sino por falta de conocimiento: la escritura no es natural. Es preciso aprender a hacerlo.


Se trata de un oficio como la costura, la carpintería, la electrónica o la cocina. Hay redactores decorosos, los hay buenos y también los hay extraordinarios. Algunos llegan, incluso, a crear mediante su escritura obras de arte. Eso se llama creación literaria. Pero los más de nosotros debemos, como ciudadanos activos, aprender a redactar con decoro, con suficiencia y claridad.


¿Qué satisfacción queda luego de casi cuatro décadas de mejorar la redacción de miles de mexicanos?


No me detengo mucho a pensar en eso, pero cuando constato que mis alumnos sí aprendieron a redactar bien, que sin ese oficio no habrían podido conseguir sus empleos donde realizan actividades socialmente importantes, veo que no estaba tan equivocado. Es bonito, claro, que le digan muchas gracias a uno, pero verlo es otra cosa.


Una niebla de misterio cubre la evolución del lenguaje, no sabemos qué rumbo tomará incluso globalmente. ¿Qué piensas acerca de esto?


No pierdo el sueño por lo que sucederá con el idioma. Algo sucederá, tendrá que suceder. Los idiomas se transforman todo el tiempo, más rápidamente en su léxico que en su estructura sintáctica, gramatical. No me interesa congelar el castellano en aras de una “corrección” académica. Busco la expresividad, la claridad; que la gente pueda poner sus pensamientos y emociones por escrito para que sobrevivan hasta las próximas generaciones.

Todo lo que hago no tiene la finalidad de la corrección académica, sino la expresividad, la comunicabilidad, la precisión, la comprensión más allá de nuestro grupo social inmediato. Para eso sirve bien la llamada norma culta, la cual debemos dominar para que nos entiendan aquí, en Monterrey, en Madrid y en Buenos Aires. Quienes manejan dialectos específicos se entienden entre sí. Eso no es problema. Surgen las trabas cuando queremos usar nuestro dialecto local para comunicarnos con personas que no lo manejan. ¿Cuántos de nosotros comprendemos el caló de Caracas o Madrid? Muy pocas. De la misma manera debemos evitar escribir como hablamos dialectalmente en el Valle de México, donde no diferenciamos entre el hasta que indica límite, y el hasta que indica punto de inicio; donde voltear es lo mismo que girar o volverse; donde uno regresa las cosas en lugar de devolverlas; donde uno ocupa plumas para escribir en lugar de usarlas. Y aquí podríamos colocar la palabra etcétera, porque podríamos seguir durante horas.



¿Se vale corregir a los demás o puede considerarse como una falta de respeto?


Yo no corrijo a quienes no sean mis alumnos, a menos que me lo pidan. Punto. No soy censor, sino maestro.


Cada vez son más los cambios que la Real Academia Española propone y ejecuta. Es más habitual que en años anteriores. Los millennials y otros rubros generacionales de la sociedad suelen criticar estas acciones. La RAE ha perdido su prestigio y credibilidad. ¿Por qué tantos cambios?


Entiendo por qué existen las academias. Tienen una función. Ahora me parecen más loables que antes. Pero ¿prestigio y credibilidad? Esos son conceptos relativos. Al 99 por ciento de la gente no le importan mucho las academias, pero el otro uno por ciento se expresa con cierta vehemencia, sea en favor o en contra.

Nuestras academias necesitan profesionalizarse, modernizarse. Requieren inversión en todos los sentidos. Está bien que haya académicos médicos, científicos, literatos, etcétera, pero también hacen falta lexicólogos y lingüistas modernos... Y hay que pagarles. No debe ser un trabajo honorario el de los lexicólogos y lingüistas. Son profesionales que trabajan científicamente cuando estudian y describen cómo funciona el idioma. Sus observaciones y sugerencias serían tomadas en cuenta por los demás en las discusiones acerca de qué pasará a formar parte de la norma culta, y qué debería esperar. Pero digan lo que digan, el idioma seguirá cambiando. Lo importante radica en entender cómo y por qué cambia, y procurar que los cambios se entiendan. Pero los únicos que se impondrán al fin y al cabo serán los hablantes. Ellos aceptarán o rechazarán las formas nuevas, no los académicos.


¿Cómo surge la idea de escribir un manual para promover el uso de la bicicleta como medio de transporte?


Uno suele aprender a andar en bicicleta durante la niñez, pero no aprendemos más que dominar la bici. No suelen enseñarnos las reglas para andar entre autos, camiones y autobuses. Nunca nos hablan de respetar el Reglamento de Tránsito. Uno descubre los peligros, ya que está en medio de ellos. Escribí el “Zen del ciclista urbano” para ayudar al adulto que vuelve a la bicicleta a integrarse literalmente al tráfico sin que lo atropellen y sin que atropelle a otros ciclistas o a peatones. También habla de lo que debería ser la mentalidad del ciclista; esto es, tal vez, lo más importante. Hay aspectos prácticos, espirituales y urbanísticos del ciclismo urbano. Trato de tocar los tres y ubicar al nuevo ciclista urbano, porque somos cada vez más.


¿Cómo organizas tu tiempo entre deporte y tus prácticas culturales?


¡Como pueda! Suelo entrenar muy temprano, y luego viene todo lo demás. Pero entreno diario, a veces fuerte; en ocasiones, no tanto. Pero diario.


¿Es el hábito de la lectura una herramienta para la riqueza del lenguaje?


Por supuesto. El ser humano que no lee se limita en extremo. Vive solo lo inmediato: su aquí y su ahora, pero sin la capacidad de investigar los porqués de ese aquí y ese ahora. Sin lectura el ser humano es pasivo; recibe órdenes; no entiende. Es consumidor acrítico. No sabe por qué hace lo que hace, y está obligado a creer lo que le dicen. ¿Por qué se obliga a creer lo que dicen? Porque no sabe de otra cosa. La ignorancia es un fardo pesadísimo.


¿Qué le gusta leer Sandro Cohen?


Todo. Leo todo lo que se me atraviesa. Pero soy muy exigente como lector de literatura. Leo lo que me gusta. No tengo tiempo para lo que no me gusta. Y solo me gusta lo bueno para arriba. Para lo mediocre y lo malo simplemente no tengo tiempo.


¿Qué libro te ha impactado más?


La pregunta es imposible de contestar porque hay libros de toda clase con funciones muy diversas. Hay libros infantiles de más importancia, belleza y valor que mamotretos “intelectuales” que para mí son infumables. Prefiero “Le petit prince” al 90 por ciento de los tratados de filosofía. Me dicen más los cuentos eróticos de Anaís Nin que libros como los 50 matices de no sé qué color. Rojo y negro de Stendahl vale 100 enciclopedias de historia francesa decimonónica. Pedro Páramo vale media biblioteca nacional, cuando menos.