De lunes a sábado, Verónica Alvarado se levanta muy temprano para preparar comida que reciben mil 200 personas de distintos albergues en la ciudad.
Alvarado colabora en la cocina de la Fundación Tijuana Sin Hambre desde hace dos años y llegó a esta frontera de Tehuacán, Puebla, hace veinte.
“Cuando llegamos a Tijuana, como todo migrante llegamos sin nada. Llegué a casa de un pariente, poco a poco comencé a trabajar”, agregó.
Su rutina hoy significa que a las 6 am ya debe estar en la cocina preparando la comida junto a otros voluntarios más.
“Esta idea de dar alimento a la gente nació en la pandemia, hace dos años me llamaron para ser parte del equipo, desde entonces soy la cocinera”, explicó.
Los platillos son para albergues como Juventud 2000, Pro Amore y otros, además de asociaciones de atención a la niñez cuando lo requieren.
“A las 12 del día están saliendo las charolas con los alimentos, y después de terminar, los días martes venimos a mi casa, aquí entregamos 300 comidas adicionales”, agregó.
Lo suyo definitivamente es la cocina, por eso vive de preparar y vender alimentos.
Verónica Alvarado atribuyó su gusto por la cocina a sus tradiciones familiares, pues su bisabuela y abuela eran cocineras en su ciudad natal.
“Tenían restaurantes en Puebla, todas mis tías tienen su fondita, me encanta cocinar (...) Si me siento triste me meto a la cocina y se me olvida todo”, expresó.
EL DÍA A DÍA
“Dando los alimentos los días martes tenemos un año y medio, y no solamente entregamos aquí. Hemos ido a Delicias y frente a la catedral, en muchas partes donamos comida”, agregó.
Como ella, hay universitarios que entregan algo de su tiempo y realizan Servicio Social apoyando con la entrega de alimentos.
Karen González, una de las encargadas del Área de Vida Estudiantil de la Universidad Humanitas que además entrega un donativo mensual a la fundación, es otra voluntaria.
“Es muy satisfactorio estar aquí y apoyar. Lamentablemente no todos tienen el mismo apoyo, hay que dar nuestro granito de arena”, mencionó.
Su labor incluye entregar los platillos a quienes se acercan con ellos, y llevarlos a quienes no acuden.
“Cuando casi no hay gente duramos una hora, hasta que se termine. Cuando no se termina nos subimos a la camioneta y damos la vuelta en la Zona Centro entregando comida a las personas “, agregó.
Nereyda Villanueva Márquez, migrante de Ixtlán de los Hervores, Michoacán, buscaba un espacio en el albergue Juventud 2000 para ella y sus dos hijos.
Un martes encontró las mesas donde Verónica Alvarado entregaba comida a las personas necesitadas.
“Agradezco a las personas que se toman el tiempo para apoyarnos”, expresó.
Villanueva Márquez destacó que la comida que prepara Verónica Alvarado le ha ayudado a disminuir sus gastos.
“Me beneficia económicamente, se ahorra un poquito más. Al día vengo gastando 300 pesos en lonches para las dos bocas de mis hijos”, añadió.
Verónica conoció a la Fundación Tijuana sin Hambre cuando llevaron despensas al albergue de Juventud 2000 en medio de la emergencia sanitaria por Covid-19 y ella tuvo que detener su trabajo vendiendo alimentos.
“Me invitaron a cocinar en la fundación, era lo que faltaba en mi alma, ya tengo dos años con ellos”, mencionó.
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A pesar de que su hijo le dice que trabaja demasiado, Verónica insiste en que continuará apoyando a la fundación, a los migrantes y a las personas en situación de calle.
Este año, con los albergues de la ciudad saturados por la constante llegada de migrantes, abrió temporalmente la puerta de su casa para familias que venían de Michoacán y Guerrero huyendo de la violencia del crimen organizado.
Dormían en la banqueta afuera de su casa esperando ser recibidos en el saturado albergue Juventud 2000, ubicado al cruzar la calle en la colonia Zona Norte.
El patio de su vivienda prácticamente se convirtió en la antesala para un centenar de migrantes, incluidos menores de edad, que esperaban su turno para ingresar al refugio.
“Me pongo en el lugar de ellos, imagino que yo podría ser la que necesita huir de cualquier situación , entonces digo que debo apoyar a esta gente (...) El cariño de la gene es el que me alimenta el alma, porque uno se da cuenta que está haciendo bien las cosas”, finalizó.