Tijuana.- Cuando la "china white" apareció en Tijuana, los vendedores la mezclaban con la tradicional heroína de color oscuro. "La empanizaban", dice Víctor, uno de los tantos consumidores de drogas inyectables que comúnmente rondan la canalización del río, la zona norte y el centro de la ciudad.
“Se veía negra con puntitos blancos, porque la mayoría de la china es blanca. Hay una café”, cuenta guiado por la experiencia que le dan más de seis años como usuario.
Explica que al polvo con heroína y "cristal" le llaman 'vaquero', y los mezclan para contrarrestar con la euforia de la metanfetamina la intensidad somnífera de “la chaina”; más fuerte que la heroína tradicional.
Pero cuando le preguntas por fentanilo se acerca un poco más y con voz pausada dice que ha escuchado sobre él, pero no lo ha visto ni sabe cómo luce.
El problema es que otros como Víctor, un connacional deportado como muchos más que se han quedado varados en esta ciudad fronteriza, lo estarían consumiendo sin saber y esto está trayendo un aumento de sobredosis.
De acuerdo con un estudio realizado por Prevencasa y el Instituto Nacional de siquiatría, entre otros, el opioide sintético que ha matado a cientos en Estados Unidos efectivamente está dejando huellas en Tijuana.
Revisaron 89 jeringas del programa "Reducción de daños", con el que la asociación cambia a los usuarios jeringas usadas por nuevas, y encontraron restos de fentanilo en las usadas para consumir solo el polvo de “china white”.
También revisaron otras de esa droga mezclada con metanfetamina junto a unas más que solo inyectaron heroína tradicional, y en esas no encontraron fentanilo, mientras que solo dos de los usuarios dijeron que lo conocían.
“Entre los que no informaron uso de fentanilo, sin embargo, hubo una percepción general de que la heroína se había vuelto más potente y había causado más casos de sobredosis”, dice el estudio publicado en diciembre del año pasado.
Alfonso Chávez, coordinador del programa de intercambio de jeringas en la clínica comunitaria Prevencasa, ubicada en la zona norte, dice que hace unos cinco años las sobredosis no eran tan comunes, pero en 2019 atendieron hasta cinco diarias.
“Hablamos que en un lapos de cinco horas hemos tenido que salir corriendo y aplicar naloxona”, comenta en entrevista desde una pequeña sala instalada en el segundo nivel de la clínica.
Ahí también ofrecen pruebas rápidas de tuberculosis, VIH, y consultas médicas sin costo a cualquier habitante de esa icónica y al mismo tiempo marginada colonia de la ciudad.
Karla, otra consumidora, está ahí porque llevó a su madre al médico, y cuando platica que hace días tuvo una sobredosis dice que no llevaba “salvavidas”.
Se refiere a un pequeño paquete que reciben en Prevencasa con una solución inyectable de naloxona, antagonista para los opioides, y otra para uso vía nasal, junto a un instructivo.
Como Karla y su amigo no tenían el medicamento, él tuvo que pegarle varias cachetadas y logró despertarla hasta que la puso bajo la regadera con agua fría.
“Ya me da miedo, ya mejor negra”, dice la mujer sobre el color de la droga que le causó la que fue su tercera sobredosis.
El coordinador del programa en Prevencasa explica como Karla y Víctor que en esos casos los acompañantes intentan todo para evitar que la persona se vaya en el sueño profundo.
Ese todo incluye causar dolor a bofetadas o golpeando las plantas de los pies con pedazos de madera, y en el caso de los hombres vaciando cubos de hielo en los testículos.
La respuesta más peligrosa, coinciden todos, es inyectar agua con sal, porque esto puede provocar reacciones adversas en la piel.
Como rara vez llaman a una ambulancia, porque antes responde una patrulla y pueden ser detenidos, se atienden unos a otros.
Por eso, dice Alfonso Chávez, el cambio de jeringas o “cuetes”, como las conocen en la calle, no es fomentar el uso de drogas sino atenderlo como un asunto de salud y no de seguridad pública.
El detalle es que la naloxona no es barata. Ellos la reciben como donación y preparan el “salvavidas”, pero frente al recorte presupuestal del gobierno federal, han tenido que reducir personal e insumos.
Además, dice, la presencia de las autoridades municipales en la canalización del río y los históricos abusos policiacos han hecho que esa comunidad busque lugares más alejados para ocultarse.
Eso provoca que sea más difícil llegar a ella para ayudarla, pues Alfonso está convencido de que el consumo de fentanilo puede hacerse de forma segura.
“Al final la gente va a consumir lo que está en las calles, y lo que el narcotráfico les ofrezca”, comenta.