Crisstian Villicaña
Son cerca de las 17:00 horas y la Casa del Migrante está llena como desde su apertura en 1987. El Padre Murphy, fundador y encargado de la casa, da la bienvenida tal y como lo ha hecho con 256 mil personas que han llegado al lugar en busca de refugio mientras avanzan en su camino a Estados Unidos o luego de ser deportados de dicho país.
En el espacio, hay una mezcla de nacionalidades: mexicanos, centroamericanos, algunos africanos; todos, unidos de alguna manera por un mismo hilo: la migración, la que lleva a las personas a salir de sus lugares de origen, ya sea forzados por las condiciones económicas, la violencia o la falta de oportunidades para estudiar.
La casa no siempre ha lucido así; en sus primeros años, plática el padre, la migración era en un solo sentido. "Cuando comenzamos, la casa era más para mexicanos que vienen de paso, que iban a cruzar para los Estados Unidos. En el 87, no era tan difícil cruzar; entonces, la gente se quedaba dos o tres días buscando comida, un lugar para descansar, y luego se iban en su camino".
Lo que pareciera seguir igual son las expresiones de incertidumbre, temor, esperanza, tristeza, anhelo, las cuales solo se van mudando de rostro en rostro mostrándonos un poco del sentir migrante.
Mantener el refugio nunca ha sido una tarea fácil; en un principio, dice el padre, eran pocas personas las que estaban destinadas a realizar labores de cocina, limpieza, registro. "Era alguien en la puerta, alguien buscando donaciones y alguien encargado de la casa; eran tres personas. La estructura que tenemos hoy en día es de 20 personas trabajando en equipo; tenemos un grupo de cinco voluntarios de tiempo completo viviendo aquí. Todo esto es para mejorar los servicios, darle a los migrantes una oportunidad para mejorar su vida".
Luego de 15 años en los que la migración solo se trataba de mexicanos buscando el "sueño americano", las condiciones migratorias comenzaron a cambiar obligando a la casa a reinventarse también.
"Cambió todo; empezaron a poner más muros y más seguridad contra los migrantes, ya no era tan fácil, y cambió nuestra población 100%, porque antes éramos una casa de migrantes que viene del sur y van para el norte, y, en los últimos quince, años son los que vienen de norte a sur deportados".
La tarea, dice el padre, ya no se limitaba a dar cama, ropa y alimento; ahora se tenía que trabajar en la reintegración social de los que llegaban deportados sin conocer el país y hablando un español a medias.
"Empezamos a formar un equipo que incluía dos trabajadores sociales, abogado y psicóloga, oficina de trabajo, para darle a la gente todas las posibilidades de integrarse en la sociedad y sentirse bien, que pueda hacer algo con su vida", narró.
En este proceso de reintegración, los migrantes pueden estar en el albergue por poco más de un mes, tiempo en el que se les consigue empleo a través de la base de datos de la casa, misma que está integrada por diferentes compañías que ofertan vacantes.
Las condiciones en los últimos años cambiaron de nuevo vistiendo la casa de otras culturas. "En 2016, hubo cambios; muchos haitianos (vinieron) a Tijuana. Entonces, tuvimos que adaptarnos en esta misión, y podemos decir que también cambió los últimos meses del 2018 y, hasta la fecha, 2019 es el cambio drástico de los que llegan con la caravana, de los que llegan a pedir asilo, y más o menos estamos casi 50% deportados, 50% gente buscando asilo, la gran mayoría centroamericanos, pero también hay africanos y de otros países", platicó.
UNA CASA, MIL HISTORIAS
La Casa del Migrante ha sido testigo de miles de relatos; en sus paredes, en los ojos de los migrantes, hay una y mil historias relacionadas con "polleros" (traficantes de personas), el desierto, la sed, la patrulla fronteriza y, por supuesto, el motivo de todo: la firme idea de reencontrarse con la familia.
Una de estas historias es la de Octavio Romero, quien, luego de vivir por 18 años en su natal Morelia, Michoacán, viajó a Estados Unidos, país donde dejó a su familia luego de 40 años de vida. Ahora, su misión es reunir mil pesos para pagarle a una persona que le mostrará el camino para que cruce por su cuenta al vecino país a través de las montañas de Tecate.
La decisión de ingresar por sí solo la tomó luego que en su último intento fuera asaltado por el "pollero" que lo internó en Estados Unidos. "Estaba en una casa vieja en el monte. Me dijeron que me iban a llevar hasta California pero ahí me dejaron; se llevaron mi celular, mi cartera con los seis mil dólares del cruce", narró.
Luego de ser abandonado, Octavio salió a caminar hasta encontrar la carretera, donde fue detenido por agentes de la patrulla fronteriza para deportarlo por San Luis Río Colorado, Sonora, donde conoció a la persona que le enseñará el camino para cruzar sin ayuda de un "pollero".
"En Estados Unidos, vivía con mi esposa y mis cuatro hijos. Yo hacía allá pisos de cemento, jardinería, remodelaciones con piedra, y sí me iba bien, pero yo tuve la culpa de que me deportaran, porque yo nunca quise arreglar papeles; decía 'para qué si ganó más así sin papeles'. Ahora ya no puedo aunque mi esposa sea ciudadana, porque ya me deportaron", nos dijo.
La distancia familiar parece un arma de doble filo para el migrante; por un lado, los lastima estar lejos de los suyos; pero, por otro, es ese mismo distanciamiento el que les da la fuerza de aventurarse hasta lograr reencontrase con ellos.
Para Octavio, serán dos días y dos noches en los que tenga que sacar dicha fuerza. Botellas de agua, latas de atún y algunos paquetes de galletas serán sus únicos acompañantes en una travesía que tiene como destino San Bernardino, California, lugar donde lo espera su familia.
"Atravieso toda la vía de California, atravieso un 'freeway' (carretera) que se llama el 8, luego llego al 10, luego del 10 agarro para arriba y llego a San Bernardino; sé que lo puedo lograr. La vida, en momentos, me ha dado de a montones, y tal vez esto sea una prueba que voy a superar. Aun así me agarren, yo sé que tarde que temprano estaré con mi familia", afirmó.
En su rostro se alcanza a dibujar una sonrisa esperanzadora que le hacía decir: "Cómo no voy a estar de alguna manera contento si estoy en un lugar bueno. Dios me puso a prueba pero, al mismo tiempo, no me ha dejado solo. Aquí tengo un techo, comida y sé que pronto encontraré trabajo para reunir los mil pesos, y entonces sí tomar camino al norte", finalizó.
Es un día de celebración de nuestro servicio de 32 años; más de 260 mil personas han pasado por estas puertas. Gracias a los que nos apoyan. Si vivimos y sobrevivimos, es porque mucha gente está apoyando nuestra obra de caridad. Gracias a ustedes y, sobre todo, bendiciones
Pat Murphy, fundador de la Casa del Migrante
SEPARACIÓN
La distancia familiar parece un arma de doble filo para el migrante; por un lado, los lastima estar lejos de los suyos; pero, por otro, les da la fuerza para intentar cruzar de nuevo