Se fue el mes patrio y se llevó al gobierno que encabezó Montserrat Caballero, pero la ciudad sigue su curso habitual: a veces violento, muchas veces atropellado y siempre atractivo.
Como ejemplo, los cárteles disputando el control de la venta de drogas en bares, mientras la ley que los obliga a reforzar medidas de seguridad es casi letra muerta.
También el mega apagón y la suspensión del servicio de agua potable en muchas colonias en medio de tremenda ola de calor, o el sorpresivo pero nada nuevo cobro en la garita de San Ysidro a extranjeros que vienen por más de siete días.
Y así como después del festejo viene la resaca, los problemas trascienden a los gobiernos, así que la celebración por la toma de protesta del nuevo alcalde, Ismael Burgueño, terminó pronto.
Amanecimos con un malecón de playas de Tijuana a medio construir y sin fecha para concluir.
Seguramente la suspensión estatal de la obra municipal no llevaba dolo, porque si fuera así, qué ironía pensar que un conflicto entre gobernantas haya terminado por perjudicar al recién llegado, cobijado precisamente, y ahora sí, desde el estado.
Por cierto, con el cambio de gobierno, en las delegaciones siguen esperando a los sustitutos porque nada se puede mover, y dicen que ni sellos del nuevo Ayuntamiento tienen.
Mientras tanto, en la Fiscalía General del Estado (FGE), donde los expedientes no dejan de aumentar, siguen retumbando voces que piden justicia.
Porque aunque en las últimas semanas ha dado resultados más o menos satisfactorios en algunos casos, en otros como la desaparición de Servando Salazar Cano, su esposa Wendy Bravo sigue preguntando dónde está.
Otros que han resistido son los trabajadores del Poder Judicial de la Federación, que a lo largo del mes mantuvieron movilizaciones para no desaparecer de la opinión pública.
Tal como no quieren desaparecer los burro-cebra, que han aguantado a pie firme el paso del tiempo que los transformó (para usar la palabra de moda), de atractivo turístico a maltrato animal.
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Sus últimos guardianes, familias que por años han llevado el alimento a su mesa con esta labor y han empleado a un sinnúmero de personas (algunas de ellas de la tercera edad), mostraron que pueden adaptarse sustituyendo al animal por una figura inanimada.
*En memoria de la colega Ana Velia Guzmán.