Tijuana.- La pandemia de coronavirus no ha bastado para doblegar la voluntad de Sussy Estela Licona y su familia hondureña.
El próximo mes hará un año que dejaron su país queriendo llegar a Estados Unidos, y aunque la emergencia sanitaria alteró sus planes, ella sigue adelante.
“A veces sí me entra la nostalgia de haber dejado mi casita, mis cosas”, comenta detrás de un puesto en un mercado sobreruedas, y es una de las escasas ocasiones en que su voz flaquea.
“Es por momentos que me entra ese miedo (…) Tengo que sacar fuerzas de donde no hay. Ver a mis hijos que me necesitan”, responde sobre el motivo que la ayuda a dominar el miedo.
No es poca cosa cuando explica las dificultades que encontró con su familia cuando atravesó la frontera sur en agosto del 2019.
La llamada “Caravana migrante” ya había pasado, pero la historia de Sussy fue distinta sobre todo en su paso por Chiapas, donde no pudo trabajar mientras esperaba los documentos para seguir su camino.
Hace ya casi tres meses llegó a Tijuana con sus tres hijos, y la cosa no fue mejor, porque no solo encontró la frontera cerrada para sus trámites migratorios.
La emergencia también tiene cerradas fuentes de empleo, y su esposo de oficio albañil operado de la espalda necesita de ayuda para sostener la familia.
Pero nada de eso la asusta, como tampoco lo hizo el riesgo de enfrentarse al racismo que vivieron los centroamericanos que atravesaron México antes que ella.
“Tal vez uno sí lo piensa, pero ahí sí que el que no arriesga no gana”, comenta sin dejar de atender a los clientes que se acercan al puesto.
Sobre las tablas de madera lo mismo ofrece ropa que la bisutería que aprendió a elaborar y ahora enseña a fabricar; pequeños juguetes y protectores para artículos de cocina que cose a mano.
Esa alma de comerciante y emprendedora ya la tenía en su país donde con su esposo acababa de iniciar un pequeño negocio que las condiciones en su país le impidieron continuar.
Ahora está aprendiendo a conocer los gustos de sus clientes. Cómo atraerlos y qué ofrecerles. Por eso hay dos constantes en ella: su frase “pregunte mamita” para animar a sus posibles compradoras, y su afirmación de que no se quedará de brazos cruzados.
“Con ayuda de Dios, siempre pensando y poniendo a Dios en primer lugar. Buscar uno las oportunidades, porque realmente si me quedo en mi casa no tendría ni que comer”, menciona.
Por eso a pesar del riesgo del contagio en las calles, todos los días de la semana sale a la calle ya sea para vender su mercancía, para dar clases de bisutería o para continuar con sus largos trámites migratorios.
Sussy comenta que en el sur del país consiguió su visa humanitaria y ahora tiene la residencia temporal.
Y la de ella es solo una de las muchas familias migrantes que ahora también trabajan para empujar la economía fronteriza tras el impacto de la pandemia.
De acuerdo con el representante en Baja California del Instituto Nacional de Migración (INM), Alfonso Marín Salazar, en los últimos años llegaron a México unos tres mil centroamericanos; principalmente hondureños.
“Se les dio una condición como visitantes por razones humanitarias que pudieron renovar cada año. Adicional a esto, pueden solicitar por vínculo familiar a personas que se encontraban todavía en su país, para integrarse”, comenta.
De esa manera, dice que en los últimos tres años alrededor de seis mil centroamericanos han regularizado su estancia en el país, y no son los únicos.
“Tenemos muchas solicitudes ya sea por razones humanitarias o una condición de residencia temporal de países como Haití”, añade.
Esa otra comunidad migrante que igual está sobreviviendo a la pandemia y trabajando por esta tierra bajacaliforniana que los recibió, está integrada por aproximadamente siete mil personas, menciona.
“Todos los que tienen una condición legal pueden trabajar en el país, pero definitivamente sí ha afectado la pandemia”, asienta Marín Salazar.
Por otro lado, según el delegado de gobierno federal en Baja California, Alejandro Ruiz Uribe, el Centro Integrador para Migrantes habilitado en diciembre del 2019 para recibir hasta tres mil personas, ha tenido un promedio de 150 migrantes a la vez.
En total, asegura, han recibido poco más de 600 personas con refugio y apoyo para documentos de identificación.
“Se van a trabajar y cuando deciden que quieren vivir en solitario, no en comunitario, se van y rentan algún espacio”, menciona.
Sin duda la realidad que están encontrando en las calles de Tijuana ha cambiado mucho a causa del Covid-19.
Pero más allá de su vulnerabilidad, los migrantes son también personas acostumbradas a las adversidades y la que están viviendo hoy es para personas como Sussy Estela solo una más.
“Me ha costado un poco”, dice minimizando los riesgos y la serie de dificultades que ha tenido que enfrentar con su familia.
Por el contrario asegura que no ha encontrado rechazo por su nacionalidad ni ha sido víctima de la violencia latente, por eso en sus planes no descarta quedarse para crecer y aportar en Tijuana
Quizá una de sus aportaciones más valiosas sean su espíritu emprendedor y su voluntad.