Tijuana.- El 17 de marzo de 2020, Luis Carlos López Ulloa, conocía la noticia de la confirmación de los dos primeros casos de Covid-19 en Baja California. A partir de esa fecha, la vida del profesor universitario y de todos los bajacalifornianos, daría un giro de 360 grados.
Era el punto de partida para cambiar la forma de tomar clases, trabajar, reunirse en familia o el realizar actividades tan cotidianas como ir al supermercado. No volverían a ser iguales.
Para el catedrático de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), Luis Carlos, la pandemia ha significado un ajuste total en la forma de desarrollar su vida personal y profesional. Lejos de las aulas, desde hace casi un año ha tenido que adaptar sus métodos de enseñanza con las nuevas tecnologías, aunque esto represente un reto, tanto para él, como para sus alumnos.
“Cuando se empezó a hablar en la UABC del tema, había incertidumbre porque no sabíamos con qué estábamos lidiando, creo que mas bien fue a partir de marzo cuando el asunto se vino de una. En el caso de la universidad fue un 16 de marzo cuando se dijo que iba a habilitar la plataforma digital para impartir las clases, algo difícil, sobre todo para todo lo relacionado a los talleres. Pero cómo puede uno se ha ido adaptando, ha sido un proceso novedoso e inédito”, recordó.
Los meses fueron transcurriendo y no había ajustes en la rutina. La pandemia no permitía retomar la vieja normalidad, esa que ahora solo se puede recordar, leyendo los libros de historia o yendo a la hemeroteca.
“Los primeros meses era permanecer encerrados, cubrirse la boca, usar gel antibacterial, estas acciones que se volvieron muy básicas, aunque conforme fue pasando el tiempo, la gente se fue relajando en mayor o menor medida. Cada vez era más común escuchar que el primo de un amigo se enfermaba o incluso en tu círculo cercano, todos los días se comentaba de una persona que fallecía o salía del hospital”, comentó.
EL COVID-19 SE VIVE EN CARNE PROPIA
En diciembre pasado las muertes por Covid-19 ya se contaban por miles en Baja California; el año cerró con más de cinco mil 400.
El cansancio en el personal sanitario era evidente tras varios meses de una ardua batalla, día y noche, contra un virus que no daba tregua, sino al contrario, se fortalecía y se preparaba para azotar más fuerte al estado.
Fue justo a inicios de ese mes, cuando Luis Carlos comenzó a sentir los primeros síntomas del coronavirus. Una congestión nasal que en un principio le fue diagnosticada como una simple gripe, a los pocos días le llevó a experimentar una fatiga extrema, que sería el indicativo de que algo no iba bien con su salud.
“Fui con un médico y me midió la oxigenación y me dijo que era baja, venía con 90 y 91. Me dio medicamento para quedarme en casa y no hospitalizarme. Empecé a utilizar concentrador de oxígeno, pero estuve una semana con mucho cansancio. El lunes 21 me sentía muy mal, no podía levantar la oxigenación y ese día entré a la Clínica 1 con 70 de oxigenación”, relató.
Aquel 21 de diciembre que el docente ingresó al hospital, el panorama era por demás crítico en Baja California. El semáforo epidemiológico estaba en color rojo, los nosocomios reportaban una ocupación de 86% y en el Hospital General de Tijuana, no había ni 30 camas disponibles.
“Arriba de 90% es que están egresando pacientes de forma continua. No hay camas. Si es lo que ustedes necesitan saber,e considérenlo como un hecho, porque el hecho que tenga que esperar que salga un paciente con oxígeno a su casa, para que entren en urgencias. Esa es la realidad a donde inevitablemente vamos a llegar”, decía por aquellas fechas el secretario de salud de Baja California, Alonso Pérez Rico.
UN CAMPO DE BATALLA
Luis Carlos López Ulloa reconoce que nunca ha estado en una guerra, pero lo más cercano a vivir una sensación similar, fue lo que enfrentó esas dos semanas que estuvo internado, luchando por su vida, minuto a minuto.
El campo de batalla se trasladó a la Clínica 1 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
Los integrantes del personal sanitario se convierten en auténticos héroes que dedican toda su energía a salvar a los enfermos que se acumulan en una sala, en donde se pierde la noción del tiempo y el espacio, donde la mayor satisfacción llega cuando uno de los guerreros gana la batalla a la muerte.
“Es una lástima que no nos demos cuenta hasta que tengamos que ser atendidos, pero qué nivel de compromiso tiene todo el personal médico. Pasan 36 o 48 horas despiertos, de día te atienden y en la noche están preparando todas las dosis de medicamentos que necesitamos los pacientes para la siguiente jornada. Esa es una cosa increíble y que la sociedad deberíamos valorar mucho más, porque esta gente es increíble”, expresó Luis Carlos.
Pero la realidad que se ha percibido en estos meses de pandemia ha sido la poca empatía de la población hacia el personal sanitario.
En nuestro recuerdo todavía quedan aquellas imágenes del 31 de octubre, cuando miles de personas salían a las calles a pedir dulces como parte de la celebración del Halloween. Sin cubrebocas, sin guardar la sana distancia, pero disfrazados de fantasmas y brujas.
Justo ese día quedó marcado como el inicio de la segunda ola, pues desde esa fecha, las cifras de ocupación hospitalaria fueron en ascenso.
“Todos los días vengo de 2:00 de la tarde a 10:00 de lo noche a trabajar sin parar. He visto cómo se muere mucha gente, algunos ni siquiera se descuidaron, pero los contagiaban sus familiares, que andaban de irresponsables”, decía a El Sol de Tijuana Marcela, doctora del Hospital General.
LA LUCHA POR SU VIDA
Los días transcurrían en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) y la condición se tornaba más complicada para el profesor universitario. El riesgo de ser intubado era mayor, pues su condición no mejoraba, pese a estar bajo estricta supervisión médica. Fue ahí cuando la fe hizo su parte.
“Me tocó ver gente que llevaban a intubar. Es una experiencia difícil, ver que alguien está en una situación más complicada de salud (se quiebra). Fue difícil de verlo y procesarlo también. Hubo un día que yo no recuerdo si me sentía bien o no, pero un día entero me puse a rezar, día y noche. Hablé con Dios y le dije: “sabes que no sé cuál es tu plan, pero en mi casa está mi mujer, mis dos hijos y están chiquitos, una de cinco y una de dos, me necesitan y no las puedo dejar”, recordó.
El año nuevo y navidad, los vivió Luis Carlos en la UCI de la Clínica número 1. Pero las enfermeras Palmira, Lulú y Fátima, el doctor Salgado y el médico Carlos, son algunos de los responsables de que el padre de familia, esposo, profesor e hijo, tras 15 días, haya librado la guerra contra el Covid-19, de la que aún presenta secuelas que espera superar en los próximos meses.
“Esperaría que de esto resultáramos o saliéramos como una sociedad más solidaria, más interesados en el prójimo, o ¿qué podemos hacer por el prójimo? Una sociedad más comprensiva con el personal médico del IMSS. Tenemos que aprender a ser una sociedad distinta, porque así como estamos no vamos a ninguna parte, ojalá que sea una lección para ser más solidarios, saber extender la mano”, concluyó.